Historias de El Pardo

Un lugar para el recuerdo de los Veteranos del Regimiento de Transmisiones



26/04/2008

La fuga de las Transmisiones (IV)


Extracto del artículo escrito por el historiador D. Joaquín Arrarás (Editora Nacional) que cuenta los sucesos acaecidos al camión que quedó rezagado del convoy del Regimiento de Transmisiones, mandado por el capitán Salas.




Capitán Salas y Teniente Bárcena


LA ODISEA DEL CAPITÁN SALAS

“…Una sola nube empaña, en estos momentos, la alegría de los que tan felizmente han arribado al que consideran puerto de salvación. Falta el camión del capitán Salas.
Hasta ahora su ausencia no inquietó mucho, porque esperaban encontrarle en La Granja o en Segovia, ya que podía habérseles adelantado por caminos de travesía. Pero, al no hallarle, tienen los jefes el presentimiento de una desgracia. No es infundado su pesimismo.
El teniente Sánchez Aguiló, que había abandonado la columna para establecer contacto con los rezagados, los encontró detenidos a medio camino entre el cuartel y El Goloso por habérseles "calado" el motor. Por cierto que en su trayecto fue tiroteado el teniente por los carabineros, que al pasar el convoy habían exteriorizado su desagrado. Desde que se puso en camino, la mala suerte perseguía al camión. Sufrió una primera avería a los pocos metros, y apenas reparada, su conductor, que era un soldado de cuota con muy poca práctica en el volante, subió por una empinada cuesta, a cuya mitad se le quemó el embrague. Esta avería era irreparable en el camino y la situación se hizo peligrosa, porque del pueblo llegaban los gritos del gentío que, sin duda, invadía el cuartel.
El capitán Salas ordenó echar pié a tierra y despeglarse en guerrilla para repeler un posible ataque. En esta situación los encontró Sánchez Aguiló, que llegaba en su motocicleta.Dió cuenta de cómo le habían tiroteado los carabineros y pidió un voluntario para llegar hasta el cuartel y recoger otro camión que sustituyese al inutilizado. El intento era temerario y, sin embargo, se realizó. Le acompañó el soldado Tomás Maestro, que era buen mecánico. Cuando llegaron al cuartel éste se hallaba rodeado por las turbas, que se disponían a invadirlo. La aparición de Sánchez Aguiló y del soldado que le acompañaba produjo una gran confusión, que se tradujo pronto en un amenazador vocerío. En la confusión, el teniente se vió separado de su acompañante. Montó en su motocicleta, viró en redondo y desapareció a todo gas para volver con esta desconsoladora información al lado del capitán. Aún no había acabado su relato cuando apareció el soldado Maestro al volante de un camión "Morris" que había conseguido sacar del cuartel abriéndse paso pistola en mano. Parecía un sueño. Venía perseguido de cerca por los revolucionarios. Sólo hubo tiempo para embarcar apresuradamente la tropa y las municiones, dejando abandonado, con el camión averiado, el material de radiotelegrafía.


LA SECCIÓN DEL CAPITÁN SALAS AVANZA EN CONTINUADO COMBATE
Se partió de nuevo, yendo delante Sández Aguiló. Al avistar las tapias del monte, en las proximidades de El Goloso, aparecieron, cerrando el paso, los carabineros de los incidentes anteriores, a los que acompañaba un buen número de milicianos. La patrulla desplegó en guerrilla e hizo fuego; los cinco carabineros cayeron muertos y sus acompañantes se dieron a la fuga, en unión de un cabo y dos soldados de Transmisiones que aprovecharon la refriega para desertar.
Se habían adelantado pocos metros en dirección a Colmenar, cuando se cruzó un coche con cinco milicianos con fusiles. Dióseles el alto y se les desarmó, incautándose Salas del automóvil. Pocos minutos después sucedió un encuentro semejante. En otro coche venían cuatro hombres con fusiles y tremolando banderas rojas: se les dió el alto también y se procedía a desarmarlos, cuando la presencia de un camión con más de veinticinco milicianos obligó a suspender la operación. Los cuatro del primer coche gritaron a los que llegaban:
- ¡Disparad, disparad, que son enemigos! ...
Antes de que pudieran hacerlo rompieron el fuego los soldados de Transmisiones y los cuatro milicianos rodaron muertos. Los del camión, cogidos por sorpresa, no opusieron resistencia, y tras quitarles los fusiles, se inutilizó el vehículo, pinchándole los neumáticos y arrancándole el carburador. En todas estas operaciones se perdió un tiempo precioso, y lo que era peor, se ponía sobre aviso y en armas a los pueblos de la comarca, pues los fugitivos de los camiones daban la noticia del paso de la tropa por la carretera. Bien se comprobó la certeza de este peligro al aproximarse a Colmenar Viejo. Las entradas del pueblo estaban cerradas con postes del teléfono atravesados y con carretas de labranza. Por encima asomaban las escopetas de los vecinos dispuestos al combate.
El pequeño convoy avanzaba en el siguiente orden: en cabeza, el teniente Sánchez Aguiló con un soldado en el sidecar. Después, el teniente Bárcena y varios soldados en uno de los coches de turismo apresados, y, por último, el camión "Morris", con el capitán Salas y el resto de la fuerza.
Pronto se rompió el fuego, muy nutrido y sostenido bravamente. la lucha se hubiera prolongado si los tenientes Sánchez Aguiló y Bárcena no envuelven la barricada principal, entrando en la plaza por algunas calles laterales, tras dar muerte a los que intentaban cerrarles el paso. Entonces, los defensores del parapeto huyeron y el camión pudo avanzar. Pero desde muchas de las casas paqueaban con pistolas y escopetas y aquél hubo de cruzar bajo una lluvia de proyectiles, uno de los cuales hirió gravemente en el pecho al conductor Tomás Maestro, que en un supremo esfuerzo de voluntad continuó al volante hasta que llegó a una zona fuera de peligro.
Seguían ahora por la carretera de Torrelodones y Villalba, como había hecho horas antes el grueso de la columna, mas a los cinco kilómetros, como el camino se bifurcara, se vaciló en la elección, y al final adentró la menguada tropa por el que lleva a la presa de Santillana, en la cual moría. Se hizo alto para esperar al coche de turismo y a la motocicleta, que habían quedado rezagados. En esto se acercó un sargento de Carabineros que, con intención maligna, dió informes falsos sobre la marcha del Regimiento, que decía haber visto pasar camino de la Sierra, y lo mismo sobre el estado de la carretera, pues afirmaba que había un puente volado, que impediría el paso de los coches. En vista de ello, el capitán Salas decidió abandonar el camión y marchar a pié por la Sierra para ganar, a monte traviesa, Navacerrada.
Cuando llegaron Aguiló y Bárcena con sus soldados se emprendió la ascensión del monte conocido por Cabeza de Illescas, que domina la presa y el pueblo de Manzanares el Real. Las municiones se habían cargado en un borriquillo que se adquirió en doscientas pesetas a un transeunte que sobre él pasaba. También se compró pescado cogido en la presa, gallinas, huevos y otros comestibles. Al conductor del camión, Tomás Maestro, que agonizaba, se le dejó en una casa de Manzanares encomendado a sus vecinos.
Media hora llevaría la tropa subiendo cuando surgió en el cielo una avioneta que describió varios círculos como para localizar a la pequeña columna y se alejó inmediatamente de regreso a Madrid. Serían entonces las diez de la mañana. En la cumbre de Cabeza de Illescas se alzaba la casilla abandonada de un guarda, cuya puerta tuvieron que forzar los soldados. Dentro había dos colchonetas, unas sillas y utensilios de cocina, así como algunos comestibles. Se decidió comer allí, montándose un servicio de vigilancia con centinelas en unas lomas intermedias. Durante la frugal comida los jefes cambiaron impresiones sobre la situación. Llegaba el eco de unos cañonazos lejanos. El sargento Cipriano Fernández comentó alegremente:
- ¡Deben ser nuestros cañones! ...
El teniente Arbex opinaba que se debía continuar la marcha cuando fuera de noche, mientras que Sánchez Aguiló sostenía que debían quedarse allí, ya que la posición era muy fuerte y podrían resistir hasta que avanzasen por la Sierra las columnas que esperaban. Por su parte, Bárcena era partidario de bajar al pueblo de Manzanares el Real, proclamar el estado de guerra y hacerse fuertes en el histórico castillo de los marqueses de Santillana, el mismo en que don Íñigo López de Mendoza compuso sus deliciosas "Serranillas". El capitán optó por esperar la noche para reanudar el camino hasta enlazar con otras fuerzas...·"

Monte de Cabeza de Illescas en la actualidad

LAS FUERZAS DE SALAS QUEDAN CERCADAS


"...Ya había comido el primer turno y se iban a relevar los centinelas, cuando se oyó la voz de uno de éstos que clamaba angustiado:
- ¡Mi capitán, mi capitán! ¡Los rojos vienen! ¡Que me matan!
Sonó a continuacón una descarga y no se oyó más. Se corrió a las armas. Desde la casilla se veía abajo, en el pueblo, un hormiguero de coches, y por las lomas, guerrillas que, pegándose al suelo, subían por todos lados. Estaban cercados. Los defensores se habían dividido en tres grupos a las órdenes de los tenientes. El capitán se situó en la casilla. Era la 1,30 de la tarde.
"Me correspondió - dijo años más tarde el soldado Alonso Cardona - con el teniente Bárcena, que defendía el frente norte de la casilla. Un poco más al Noroeste se encontraba el sargento Fernández, que pertenecía al grupo de Sánchez Aguiló. Por delante estaban el teniente Arbex con el tercer destacamento. Centenares, mejor, miles de hombres, trepaban por las estribaciones de la montaña y sus jefes nos miraban con los prismáticos vigilando todos nuestros movimientos. Los picos de la parte Norte y Noroeste tuvieron que ser abandonados. En la defensa del primero cayó muerto un soldado, y de los defensores del segundo desertaron tres y un cabo. A los pocos momentos de roto el fuego fue herido de un balazo en la clavícula izquierda Sánchez Aguiló, que se negó a retirarse. Un segundo balazo le hiere, esta vez mortalmente, porque el proyectil le perforó el estómago. Hallándose en esta situación, y viéndose perdido, sacó serenamente de su cartera tres billetes de mil pesetas, que correspondían a los fondos de su Compañía, y los destruyó, quemándolos con su encendedor. Después se aplicó la pistola a la sien y abrevió su agonía."
Los atacantes pagan el triunfo con su sangre. En su mayor parte procedían de las milicias de Chamartín de la Rosa y de Tetuán de las Victorias, que en la mañana de este día prestaban protección en la carretera de Francia, entre Cuatro Vientos y Fuencarral. Allí les llegó la noticia de los sucesos de El Pardo y, temiendo que los sublevados se dirigiesen desde Colmenar a Madrid, tomaron posiciones en las proximidades de aquel pueblo.
Se les unió el Batallón "Octubre", de las milicias socialistas unificadas, que mandaba el capitán retirado de Aviación Arturo González Gil. Tan pronto como se supo el accidentado paso por Colmenar del destacamento del capitán Salas, y por creerse, sin duda, que delante de él iba todo el Regimiento, estas fuerzas milicianas tomaron, en camiones, el camino de Torrelodones y allí se reforzaron con el 5º Grupo de Asalto de Madrid y algunos números de la Guardia Civil, que había conducido personalmente el comandante Ricardo Burillo. Desde Torrelodones a Manzanares el Real la columna se engrosó con milicianos de San Sebastian de los Reyes, Colmenar Viejo, Miraflores y los del propio Manzanares y constituía ya una fuerza de dos o tres mil hombres.


FINAL HEROICO DE LA RESISTENCIA
La situación de los acosados defensores de Cabeza de Illescas se hacía por momentos desesperada. Como se les acababan las municiones, Salas dió orden de que los más próximos a la casilla se metieran en ella, lo que hicieron algunos, quedándose fuera, parapetado entre las peñas, un pequeño grupo con el sargento Fernández, y otro que mandaba el teniente Bárcena. El enemigo llegó, al fin, a las puertas de la casilla, y en auxilio de los que la defendían acudió Bárcena, que, disparando desde una de las ventanas, recibió una herida de gravedad. En el interior del rústico recinto se hallaban en aquellos momentos, además de este oficial herido y el capitán Salas, el teniente Arbex, dos soldados y el falangista López de Merlo. Arbex cae herido también. Se acercaba la tragedia final. Los dos pequeños grupos que se habían quedado entre las peñas eran envueltos y tenían que entregarse.
"Mientras tanto - dice Alonso Cardona - éramos conducidos manos en alto hacia la parte donde se quería que fuésemos asesinados. Vi perfectamente, cuando era conducido en esta forma, cómo salían de la casilla Merlo, el capitán Salas y otro soldado más y se les acribillaba a balazos en nuestra presencia. Pocos minutos más tarde oímos dentro de la casilla fuertes descargas sobre los camaradas que todavía permanecían con vida. Entre los rematados de ese modo se encontraban los tenientes Bárcena y Arbex".
Diferentes veces se trató de fusilar a los prisioneros, pero los milicianos no se ponían de acuerdo, porque unos querían que la ejecución fuese en la presa de Santillana y otros en Colmenar, para vengar a los muertos de este pueblo. Zanjó la diferencia el italiano De Rosa, que optó por Colmenar.
Cardona y sus compañeros de infortunio tuvieron que cargar con los milicianos muertos y bajarlos al pueblo, entre insultos y terribles amenazas. Al llegar a la presa Cardona pidió agua, y una miliciana le dió una bofetada como respuesta. Se les alineó contra los muros de la obra hidráulica, y ya iban a matarles cuando, adelantándose un miliciano que en el combate había perdido a su hermano, empezó a furibundos culatazos con ellos. Uno de los terribles golpes abrió la cabeza a un corneta que figuraba entre los prisioneros y que cayó desvanecido y bañado en sangre. Todos los demás se tiraron al suelo, circunstancia que les salvó, porque creyéndoseles heridos o muertos, pues todos estaban ensangrentados, se les cargó en un camión, que tomó el camino de Colmenar.
Aquí redobló el peligro, porque el vecindario, reunido en la plaza, pedía enfurecido sus cabezas. Les salvó esta vez un miliciano que, de pié en el camión, gritaba al gentío:
- "¡Camaradas! Estos soldados que llevamos están gravemente heridos y son inocentes. Han sido arrastrados a la lucha contra su voluntad. Los culpables, peces gordos, como los del cuartel de la Montaña, ya han sido fusilados ..."
Como se dudase de lo que decía el miliciano, éste añadió: "¡Asomaos y vereis como están casi muertos!" Así lo hicieron algunos, que golpearon los cuerpos yacentes y ensangrentados con los cañones de los fusiles. Con grandes trabajos la camioneta siguió hacia Madrid, y en la Casa de Socorro de Tetuán de las Victorias se dejó al corneta herido. Los otros ingresaban a las once y media de la noche, en la Cárcel Modelo.
Los periódicos madrileños del siguiente día confesaron que en este combate habían tenido cuatro muertos y otros tantos heridos, figurando entre los primeros el abanderado, un muchacho de poca edad que avanzaba tremolando una bandera roja.
"Ese abanderado, sobre todo - decía "Claridad" -, que tan generosamente supo entregar su vida por las conquistas democráticas, ha sido, es todavía y lo será por mucho tiempo la obsesión dolorosa de cuantos con él lucharon heroicamente para vencer a los reaccionarios."
Las milicias desorganizadas que tomaron parte en esta lucha y algunas de las fuerzas de la Guardia Civil y de Asalto que las habían acompañado regresaron a Madrid aquella misma noche. El batallón de las milicias unificadas y el grupo del comandante Burillo prosiguió hacia Navacerrada, en cuyo puerto tomó posiciones. Mientras tanto, en Madrid y en El Pardo se hace gran ruido a cuenta de la muerte de los cinco carabineros. Un oficial y veinticinco números de su Instituto van a recogerlos a El Goloso y los conducen procesionalmente al salón de actos del Ayuntamiento, convertido en capilla ardiente, donde quedarán cubiertos con la bandera republicana.
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Más información en: http://www.ingenierosdelrey.com/documentos/1961_articulo_llegaunrgto.htm

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